Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazado de otro,
hijo siempre de algo.
Te quiero puro, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es la que te llama,
la que te quiere suyo,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelta ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra,
del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».